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Debate sobre el crecimiento (1975)

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Vertaler

José Ramón Pérez Lías



Genre

non-fictie

Subgenre

non-fictie/interview(s)
vertaling
non-fictie/politiek


© zie Auteursrecht en gebruiksvoorwaarden.

Debate sobre el crecimiento

(1975)–Willem Oltmans–rechtenstatus Auteursrechtelijk beschermd

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53. Alexander Trowbridge

Durante los años 1967 y 1968, Alexander Trowbridge fue secretario de comercio del presidente Lyndon B. Johnson.
Nacido en Englewood, Nueva Jersey, en 1929, el Sr. Trowbridge se educó en la Academia Phillips, de Andover, Massachusetts, y en la Universidad de Princeton.
Comenzó su carrera con la California Texas Oil
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Company, en 1954. Estuvo conectado con la Esso Standard Oil Company de 1959 a 1963. En 1970 fue nombrado presidente de la Junta de Conferencias, de la ciudad de Nueva York.

Los límites del crecimiento, auspiciado por el Club de Roma, nos está diciendo que sería tan absurdo continuar con un crecimiento incontrolado, sin los ajustes y verificaciones que tan urgentemente necesita, como afirmar que la Tierra es plana. ¿Estima usted necesario que el mundo tecnológico e industrial tome buena nota de ese estudio y de otros, ya planeados, que profundizarán en el tema?

 

No hay duda de que desafíos como los que aparecen en Los límites del crecimiento son importantes y necesarios como señal de precaución y de estímulo para la discusión en círculos cada vez más amplios. Sería más apropiado decir debate, pues los hallazgos de esos estudios han sido seriamente disputados. Los procesos para conducir el análisis, la subestimación del efecto tecnológico, el silencio relativo al mecanismo de los precios como factor limitante, son aspectos del estudio del Club de Roma que han suscitado extensos debates. Pero nadie puede negar que necesitamos previsiones y planeamientos de largo alcance, y que es necesario actuar ahora basados en los críticos resultados de tales previsiones, si resultan ser válidas.

Sucede que yo soy más optimista respecto de la capacidad del hombre para resolver los problemas que aparecen en las fúnebres curvas exponenciales de Los límites del crecimiento. La aptitud del hombre, como ser racional, nos ha hecho posible sobrevivir a similares predicciones expresadas en el pasado. Aunque los problemas que ahora nos amenazan son más difíciles de resolver, también es cierto que estamos mejor equipados técnicamente para darles solución, siempre que no nos falte la voluntad.

Me impresiona asimismo el ver cómo, en el mundo de los negocios, se han ampliado los conceptos de la responsabilidad social de las empresas y se admite el efecto social de la actividad económica. Vemos esta nueva actitud, tanto en los Estados Unidos como en otras naciones, en el desempeño de nuestro trabajo con la Junta de Conferencias y las firmas mayores asociadas con ella. La dirección administrativa se ha ido engranando cada vez más con el contexto social, político y económico en que su labor se desarrolla, y reco-

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noce la inextricable trabazón de los lazos que unen la estabilidad política y social con la viabilidad económica. Si bien los resultados de las mediciones empresariales se expresan siempre en términos económicos, vemos también que se están aplicando nuevos y más amplios criterios para medir el valor social de las actividades de las empresas. Veo con verdadera esperanza el compromiso que se ha impuesto la fracción más avanzada de los dirigentes del sector privado de buscar los medios para estimular la salud social y política, al mismo tiempo que la prosperidad económica.

 

¿Por qué, a su parecer, los economistas, principalmente los de los Estados Unidos, han criticado tan duramente el informe del Club de Roma, basados en que no se ha introducido en el estudio el sistema de precios y en otros detalles del modelo, siendo así que, evidentemente, se trata de un primer comienzo? ¿Por qué ese negativismo, a veces irracional?

 

Francamente, no debe sorprendernos que Los límites del crecimiento haya suscitado tan enérgica resistencia. Nuestro enfoque es todavía predominantemente económico, ligado a la producción de nueva riqueza material. Si un estudio pronostica el término definitivo de tal empresa y pone en tela de juicio su fundamento racional, me parece comprensible que la reacción haya sido vigorosa y agitado el debate.

Otro factor ha sido el que algunos críticos, especialmente Carl Kaysen,Ga naar voetnoot1 en el número de julio de 1972 de Foreign Affairs, hayan dicho que no podemos permitirnos chillar por futuros lobos, cuando tantos tigres tenemos en el escenario actual. Kaysen teme que se distraiga la atención de problemas como la crisis del sistema monetario internacional o la brecha que separa los países ricos de los países en desarrollo. Si llegamos a la convicción de que está a la vista el fin del mundo, al estilo de Los límites del crecimiento y, en consecuencia, reorientamos nuestros esfuerzos y prioridades hacia los problemas potenciales, en lugar de atender a los actuales e inmediatos, cometeremos una grave equivocación. Esta opinión quizá no sea de muy largo alcance, pero es comprensible.

 

El 25 de septiembre de 1972, el señor McNamara dirigió una importante alocución a la asamblea del Banco Mundial. Por lo que concierne a la ayuda exterior, los países en desarrollo

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deben ahora 75 mil millones a las naciones ricas, y sólo por cargos de servicio han de pagar anualmente unos siete mil millones. ¿Cómo va a poder el tercer mundo librarse de esta trampa?

 

Bien podría ser que estas enormes deudas hubieran de ser prolongadas o canceladas, mediante alguna forma de moratoria. Evidentemente, hay algunos países tan pesadamente endeudados con instituciones internacionales o gobiernos nacionales que jamás podrán librarse de la carga. Sin embargo, tenemos algunos ejemplos de giros venturosos, tales como Brasil e Indonesia. Indonesia aún soporta una pesada carga de endeudamiento, pero se ha convertido en un centro de interés para nuevas inversiones extranjeras particulares, como resultado de haber mejorado su actividad política.Ga naar voetnoot2 En segundo lugar, si los países desarrollados pudieran alguna vez llegar a un sistema de arreglos comerciales generalizados y preferenciales en su trato con los países en desarrollo -objetivo claramente elusivo-, estos últimos tendrían la oportunidad de ganar más y, por tanto, mejorarían sus posibilidades de pagar.

Veo otro campo en que la esperanza está justificada. En el tercer mundo, la corriente se está desviando hacia la utilización de una mayor porción del producto nacional y de la fuerza de trabajo en los sectores de servicio de la economía. En los Estados Unidos, más del 60% del pnb proviene de las industrias de servicio y distribución, el gobierno y la educación. Más del cincuenta por ciento de la fuerza laboral corresponde a los sectores no fabriles ni industriales. En Japón, como en otras muchas economías desarrolladas, el crecimiento del sector de servicios es también muy grande. Al mismo tiempo, las tendencias inflacionarias se han hecho casi endémicas en el mundo desarrollado. Podría suponer que estos dos importantes factores condujeran a dedicar mayores caudales de inversión privada extranjera a los países en desarrollo, con lo que éstos aumentarían su capacidad de obtener ganancia, mediante la exportación de productos aca-

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bados de bajo costo a aquellos países desarrollados donde, por decisión o por la inflación, hubiere decrecido la producción.

 

El sipri (Stockholm International Peace Research Institute-Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz) ha informado que, desde 1961, los Estados Unidos han usado 338 mil toneladas de napalm. En el tercer mundo, la carrera armamentista se corre al galope. Y McNamara dice que ninguna de las naciones ricas (sólo Italia ha dado menos que los EE. UU.) ha contribuida ni siquiera con el 1% de su pnb a la ayuda de las naciones pobres.Ga naar voetnoot3

 

Es muy cierto que ninguno de los países ricos ha llegado al 1% de su pnb que se había fijado, salvo que se cuente, como hace Japón, la cantidad total que el sector privado invierte en los países en desarrollo. Aunque esto no es una contribución nacional ni refleja un compromiso o presupuesto oficial, ayuda parcialmente al proceso de desarrollo.

Respecto de su comentario sobre los masivos gastos para la guerra, también sea quizá demasiado optimista, pero me ha impresionado fuertemente la evolución de las relaciones entre las grandes potencias en los dos últimos años. Indudablemente son impresionantes la mudanza en las relaciones entre los EE. UU. y la URSS y entre EE. UU. y China y el modus vivendi establecido entre las dos Alemanias. Sería ingenuo suponer que ha llegado el milenio o que han desaparecido repentinamente los antagonismos y profundas diferencias políticas y filosóficas. Pero es innegable que se ha reducido notablemente la tensión, reducción que será aún más apreciable una vez resuelta la cuestión de Vietnam. Juzgando por lo ocurrido entre 1945 y 1970, asombra ver cómo ha evolucionado la situación en 1970 y 1972. Si se procede con sabiduría y prudencia en la conducción de las futuras relaciones internacionales, creo que habrá serias oportunidades para reducir los gastos en armamento. Las conversaciones salt y la reducción paralela y equilibrada de las armas ordinarias ofrecen promisorias posibilidades de llegar a la liberación de los recursos oficiales para aplicarlos positivamente al desarrollo de los países pobres y, con ello, re-

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ducir la brecha entre las naciones poseedoras y las desposeídas.

La cuestión prima gira en torno de nuestra voluntad. ¿Siguen creyendo las naciones ricas y los Estados Unidos, como nosotros creímos en el plan Marshall durante los años cincuenta y sesenta, que el estrechamiento de esa brecha servirá a nuestros intereses a largo plazo? No podemos desdeñar la fuerza del nacionalismo económico en los Estados Unidos, la cee, Japón o Canadá. Este nacionalismo podría desbordarse y remitirnos a los días del aislacionismo y el estancamiento económico. Ya estamos cansados, por muchos motivos, de la carga del liderazgo. Será necesaria en todos los países la más hábil y competente dirección política y empresarial para evitar sucumbir a esa fatiga. Pero la brecha debe cerrarse, de manera perseverante, firme y congruente, en interés de la supervivencia de todos.

voetnoot1
Véase la conversación número 11.
voetnoot2
El autor protestó enérgicamente contra esta declaración, basado en hechos y cifras, y mantuvo que, al presente, el muy corrompido régimen de Sujarto no ha logrado otra estabilidad que la de mantener una eficaz dictadura militar, el clásico campo abonado para las insurrecciones populares, como hemos visto antes, por ejemplo, en China, contra la camarilla del Kuomintang. A petición expresa del Sr. Trowbridge, se borró más tarde toda la conversación sobre este tema.
voetnoot3
En el número del New York Times del 4 de febrero de 1973, James Reston resumía: ‘El gasto militar mundial ha aumentado en 82% en los últimos diez años, desde 119 mil millones de dólares (en precios actuales) hasta 216 mil millones de dólares en 1971.’

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